Casting de Elayne A. Nott

Observó a Kevin alzar la ceja, como quién se molesta fácilmente. Lo observó como una hermana pequeña, a un hermano mayor, lo observó como quién hacía dos años se encontraba adelantado de las situaciones asediadas que comprenderían en los momentos consiguientes. Jamás podía decodificar a la perfección lo que estaba pasando por su mente, más le agradaba imaginarlo, incluso aunque poco se asemejara. Levantó la mirada, esa grisácea llena de una ilusión reprobada por demostrar demasiado al encontrarse con la de sus padres, y simplemente la colocó al frente, donde podía mantenerla firme, sin titubear, intentando controlar un torbellino de emociones que podrían descompensarle.

El vapor invadió sus piernas, acompañado del fuerte chillido que desprendía el tren. Diez y cincuenta y nueve minutos. Uno, dos, tres segundos y contando. Uno, dos, tres pasos hacía las escaleras. Su hermano ya la había dejado atrás, y su cabello rubio demasiado sedoso, era lo último que sus padres veían hasta la navidad. Y sin embargo, intentaba hacer control sobre su estomago, que parecía vacío, vacío como ninguno de los cubículos por los que pasaba. Y el tren marchaba, nadie estaba saludando, aunque su madre volteó y echó una última mirada. Frunció el ceño, y continuó su camino. Unos niños pasaban por su lado hablando de escobas, demasiado emocionados para notarla. Suspiró, lento y profundo hasta llegar al final, donde sólo se hallaba del aire de la ventanilla abierta que se agolpaba en el pequeño espacio. La puerta corrediza apenas rechinó, y supuso que alguien se había arrepentido de quedarse en soledad durante lo que durara el viaje, o que se había encontrado con amigos que lo invitaban a acompañarse en otro mucho más confortante. Confortante porque ese hedía. Hedía por los restos de mocomurciélagos, sí era eso. Los conocía, como la palma de su mano, sino habría que preguntarle a Kevin. Titubeó, antes de ingresar más alguien se le adelantó, y en eso correspondió a la situación. «No te preocupes, llegaremos para los mejores el próximo año» Dijo aquella niña, su cabello era negro, o más aún, y su piél completamente pálida, ella podría haber preguntado sí estaba enferma, pero supuso que correspondería a una mala educación. Así que sólo sonrío, o más bien curvó sus labios una milésima de segundos faltando a la confianza propia de una niña de once años desesperada por encajar.

A estos años, recuerda su primera charla con Lauren Bell, acabó allá por la casa de Ravenclaw, y alguna que otra vez se saludan, sin embargo, nunca terminaron por ser íntimas amigas, pero en el fondo y aún sin admitirlo en voz alta, Elayne agradece que se haya acercado porque sin habérselo dicho le calmó un poco el hecho que alguien se interesara por un instante en su primer día. Adrede o no, fue bien.

Caminó con los libros en un pilar sobre sus brazos en cuenca, se hizo paso entre la gente, y divisó a quién aguardaba por ella ante la antesala de la clase de pociones. Sexto año. Con sólo quince. «Buenos días, Potter» Saludó con cierta encrucijada interior que pretendía parecer más simpleza que la que aparentaba. Buenos días, Potter, que escondía un y miles de sentimientos. Buenos porque ahí estaba él. Potter, así como los demás Potter's pero sin ser como los demás...

Días...porque eran y serían como todos los demás...él allí, y ella acá.